miércoles, 24 de junio de 2015

TURNO DE DÍA, TURNO DE NOCHE.


El problema de cobrar cada día que trabajas es el vicio. Se acaba la jornada y recibes el dinero que te corresponde, tu sueldo diario. Y te lo dan en mano. Varios  billetes juntos,  con su tacto, su peso y su olor entre los dedos. Si eres hormiguita te lo llevas a casa o al banco. Si no lo eres, te lo gastas. Lo más fácil es irse al bar. Estás cansado de una jornada tan larga y pones unos cuantos euros en la barra. Refresco, quizás cerveza, tal vez cubata… y con la vuelta, te acabas echando unas tragaperras. Con el paso del tiempo y de los días descubres que ya no sólo son las vueltas sino que cambias billetes de cincuenta para alimentar el apetito de la máquina. Y de paso, compras tabaco. Hacía tiempo que no fumabas pero el estrés y el cansancio parecen que se van a cada bocanada de humo. Y el humo lleva a la noche, cuando se encienden las luces de neón en la carretera que te lleva a tu casa. Y entras en sitios donde el alcohol es casi tan caro como la compañía. Y las chicas son amables y no hacen preguntas, no ven defectos y susurran promesas que cumplen a cada billete que sacas. El problema es cobrar cada día o dejar de cobrar de golpe y ser un vicioso putero que ya no tiene forma de regresar al mundo real.

lunes, 23 de febrero de 2015

PELUQUERÍA UNISEX


Ángeles abre la peluquería por las mañanas de diez a dos. No siempre respeta los horarios porque para eso una es su jefa. El café de la mañana se lo trae Míchel, el dueño del bar de al lado. Por la tarde, Ángeles abre de cinco a ocho y es Domingo quien le lleva el cortado. Es el dueño  del bar del otro lado. A Ángeles no le gusta demasiado el café de las mañanas y prefiere el de la tarde que, además, es más barato. Su marido no entiende el porqué de tomarse un café mal sabroso y más caro pero su marido no entiende muchos porqués. Así que la vida de Ángeles va y viene entre cortes de pelos, tintes, y dos cafés que distan en sabor y precio. A pesar de ello, Ángeles es feliz acompañada de un marido preguntón para el que nunca tiene una buena respuesta.


Los ecos de mi trabajo traen a mis oídos frases memorables como “cambiar de peluquería no es una tragedia pero es un inconveniente”. Así que me dirijo a una boutique del cabello para que me corten el susodicho, que me incomoda bastante, dicho sea de paso. La elección para mí, es muy sencilla. La peluquería más cercana a casa siempre es la mejor. Luego descubro que no es así y me voy alejando de sucursal de tijeras conforme pasa el tiempo, hasta que me mudo de barrio y vuelta a empezar. Hoy me he cortado el pelo y no estoy especialmente contento con el estilismo. Eso sí, se me ven las orejas que ya es bastante.

lunes, 9 de febrero de 2015

POLICÍA NACIONAL


En mi barrio hay frutería, panadería, mercado, unos cuantos bares y una comisaría de policía nacional. Es una dependencia tranquila con renovaciones del carné y un huerto en la parte de atrás, al lado del parking. Un día, un coche con muchas pegatinas de la ITV no pudo arrancar en el semáforo frente a la comisaría. El vehículo se incendió y los agentes salvaron la situación con un par de botellas de cocacola llenas de agua del grifo. Tuvieron tema de conversación para una semana.

Los policías nacionales hacen turno para desayunar en el bar más cercano y estiran el café y el bocata porque saben que no va a pasar nada. Pero, últimamente, ha habido  cambios. Desde hace poco, un policía nacional hace guardia en la puerta de la comisaría, armado con un fusil y pertrechado con un chaleco antibalas. El policía es mayor, canoso, debe de estar cerca de la jubilación y se nota que estaba muy habituado a hacer renovaciones del carné y a pedir que, por favor, trajesen dos fotos. La entrada al edificio es tan pequeña que ni siquiera puede dar un pequeño paseo mientras hace guarda así que se queda inmóvil portando el fusil. A las dos de la tarde se acaba su turno y se va a comer. Al rato regresa y vuelve a ejercer su función antiyihadista custodiando  el edificio toda la tarde. Se ve que los terroristas también respetan la hora de la comida porque ningún compañero sustituye al policía nacional y la entrada se queda vacía durante el mediodía.


Cuando paso por delante de él me entran ganas de hablarle, de darle un poco de conversación. Lo pienso un rato y, justo al llegar a su altura, no encuentro valor. Temo que me considere una amenaza, que piense que hablo con él para despistarlo de su función. No quiero ponerlo nervioso así que camino rápido, agacho la cabeza y me meto en la frutería. Tras darme el cambio por los puerros y las cebolletas vuelvo a ver al policía nacional y me doy cuenta de su mirada triste, de su añoranza por la mesa donde gestionaba la renovación de los pasaportes. El policía nacional mira el reloj, agarra el fusil con firmeza y eleva la vista. Ahí se queda, velando por la seguridad de todos.