lunes, 9 de febrero de 2015

POLICÍA NACIONAL


En mi barrio hay frutería, panadería, mercado, unos cuantos bares y una comisaría de policía nacional. Es una dependencia tranquila con renovaciones del carné y un huerto en la parte de atrás, al lado del parking. Un día, un coche con muchas pegatinas de la ITV no pudo arrancar en el semáforo frente a la comisaría. El vehículo se incendió y los agentes salvaron la situación con un par de botellas de cocacola llenas de agua del grifo. Tuvieron tema de conversación para una semana.

Los policías nacionales hacen turno para desayunar en el bar más cercano y estiran el café y el bocata porque saben que no va a pasar nada. Pero, últimamente, ha habido  cambios. Desde hace poco, un policía nacional hace guardia en la puerta de la comisaría, armado con un fusil y pertrechado con un chaleco antibalas. El policía es mayor, canoso, debe de estar cerca de la jubilación y se nota que estaba muy habituado a hacer renovaciones del carné y a pedir que, por favor, trajesen dos fotos. La entrada al edificio es tan pequeña que ni siquiera puede dar un pequeño paseo mientras hace guarda así que se queda inmóvil portando el fusil. A las dos de la tarde se acaba su turno y se va a comer. Al rato regresa y vuelve a ejercer su función antiyihadista custodiando  el edificio toda la tarde. Se ve que los terroristas también respetan la hora de la comida porque ningún compañero sustituye al policía nacional y la entrada se queda vacía durante el mediodía.


Cuando paso por delante de él me entran ganas de hablarle, de darle un poco de conversación. Lo pienso un rato y, justo al llegar a su altura, no encuentro valor. Temo que me considere una amenaza, que piense que hablo con él para despistarlo de su función. No quiero ponerlo nervioso así que camino rápido, agacho la cabeza y me meto en la frutería. Tras darme el cambio por los puerros y las cebolletas vuelvo a ver al policía nacional y me doy cuenta de su mirada triste, de su añoranza por la mesa donde gestionaba la renovación de los pasaportes. El policía nacional mira el reloj, agarra el fusil con firmeza y eleva la vista. Ahí se queda, velando por la seguridad de todos.  

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