jueves, 21 de junio de 2012

CHINCHIMONI


Mi abuelo me enseñó a jugar al chinchimoni con la sonrisa pícara de siempre. Me ganaba a cada jugada y, entre victorias pírricas, me mostraba cómo era el juego. En sus manos llenas de mar escondía las monedas y se llevaba el puño a la espalda. “¿Cantas levo?”, me preguntaba.

A veces, era yo quien acertaba. Entonces, él me acariciaba el pelo mientras se apresuraba a retarme de nuevo para llevarse la última baza. Por mucho que fuese su nieto, a él siempre le ha gustado ganar y yo seguía jugando incansable disfrutando de lo que durase su paciencia.

Mi abuelo sabe de derrotas como todos los que han vivido y han luchado. Últimamente se le están yendo las fuerzas y no tiene ganas de juegos. Sólo quiere cerrar los ojos, un buen rato, como todos los que ya han vivido.

jueves, 24 de mayo de 2012

DEVALUA2


Los políticos son unos auténticos @=%&#! y cada día se superan. Es patético comprobar cómo utilizan argumentos de lo más populistas a la menor ocasión.  Esta misma foto ya se ha repetido varias veces. Políticos catalanes y vascos posando con los colores de su equipo antes de la final de la Copa del Rey. De la polémica de los pitidos al himno no se acuerdan en esta instantánea. Ahora, desde luego, no es momento.

Cualquiera que haya paseado por delante del Congreso de los Diputados sabe que hay dos leones escoltando la escalinata principal. Suele haber un policía nacional custodiando el enclave. Ese policía es el que mantiene a raya a las personas que pretendan fotografiarse más cerca de la cuenta. Es raro que permitan pisar la escalinata y harto imposible que uno pueda alcanzar a tocar uno de los leones. Con los periodistas ocurre lo mismo y, hay ocasiones, en las que conminan directamente a cambiar de acera. Los días de pleno incluso cortan la calle al tráfico y, por supuesto, los días de manifestación.

Es por esto que choca contemplar y más en estos momentos de quejas, lamentos y mensajes directos en la calle a la clase política, cómo sus señorías emplean un símbolo para subirse a él y adornarlo con sus banderas y bufandas. Lo triste es permitirles a unos diputados, elegidos en democracia, lo que nunca se le permitiría al ciudadano que depositó su voto en la urna. Nadie podría encaramarse a un león y colocar sus colores, su bandera, su reivindicación. Pero ellos sí pueden, porque sus señorías son diputados. Lo de menos es el color de los finalistas. Estoy seguro que si la final la jugase el Espanyol contra la Real Sociedad, saldrían otras señorías a hacer lo mismo. El caso es que yo no puedo y tú tampoco. Y eso que la soberanía nacional radica en el pueblo. 


PD: La fotografía es de Uly Martín y la copié de El País online. 

martes, 8 de mayo de 2012

ESTIÉRCOL


Creíamos que al navegar por Internet nadie sabría qué estábamos haciendo hasta que un día consultaron nuestro historial de navegación. Descubrimos que podía borrarse y pensábamos que ya estábamos ocultos hasta que nos percatamos de que se podía rastrear nuestra dirección IP. Luego descubrimos la localización por móvil y que la policía podía intervenir todos nuestros mensajes de correo y redes sociales con una orden judicial. Fue entonces cuando nos percatamos de que, para no ser visto, había que vivir offline o, simplemente, ser un mierda. Si te llamas George Clooney o José Bono quizás interese saber qué páginas webs visitas, en qué tiendas online compras o qué amigos tienes en tus redes sociales. Pero si eres un mierda, ¿a quién le importa lo que hagas? La única forma de vivir oculto en la red es no ser nadie, es ser un mierda.

martes, 17 de abril de 2012

SE ALQUILA ORO

El oro se convirtió en un valor refugio. Los medios de comunicación cacarearon a los cuatro vientos el resurgir de una moneda que nunca caduca. El empeño del dorado metal se transformó en el último recurso de algunas familias. Desde las arras de la boda de los abuelos hasta los ostentosos tesoros de los marqueses del barrio de Salamanca de cada ciudad. Éste que escribe, en su ingenuidad, también fantaseó en comprar mini lingotes con los que agasajar a la familia por sus onomásticas.

Alguien en el barrio debió pensar lo mismo y se aventuró a importar el modelo que triunfaba en las céntricas calles de la Puerta del Sol. El viejo comercio de la esquina cesó su actividad y en su lugar se publicitó un establecimiento de empeño. “Compro oro, mejor precio garantizado”. Quizás alguien picó en el reclamo, aunque no creo que fuesen muchos. El valor refugio, el negocio perfecto, también cesó en su actividad. El comercio de compro oro, ahora se alquila. Desconozco qué habrá sido del promotor. Puede que se haya percatado de que el verdadero oro, a día de hoy, es tener trabajo y, a ser posible, cobrando la nómina.

Por eso los bancos no paran de ofertar productos para los jubilados. A ellos, también por ahora, no les deja de visitar nuestra querida Santa Nómina. Paradójicamente, ellos son (hasta que no toquemos fondo) el puntal del país. Los que mantienen el consumo interno con lo que gastan de su pensión y con lo que ceden a sus hijos desempleados para que puedan vivir mientras pelean por conseguir un empleo. Un país próspero, sin trabajo pero con compra venta de oro.

lunes, 13 de febrero de 2012

FLATIRON

El barrio se parece a Portugal porque hay edificios altos y modernos y casas bajas, algunas con frutales que nunca dan fruto.
El barrio no es racista porque hay rumanos trabajando en los talleres, chinos en los bazares chinos y regentando tabernas de toda la vida con tortilla y porras para desayunar, peruanos que venden gaseosa, ceviche y pollo para llevar en sus restaurantes con cuadros del Machu Pichu, hay moros que venden fruta y saludan a las señoras con cardados y hasta hay gitanos que pasean galgos, vigilan obras y solares y arrastran los pies. También hay españoles que piden bombonas de butano porque el gas ciudad no ha llegado ni se le espera.
El barrio no se parece a Manhattan pero tiene su propio edificio Flatiron (ver foto) aunque suicidarse desde él nunca ha sido lo más aconsejable.
La gente del barrio camina por la carretera porque en la acera siempre hay coches aparcados y en los aparcamientos siempre hay mierda de perro.
En el barrio hay un bar que está lleno justo al lado de otro que está vacío. Los dos están abiertos el mismo horario y los dos son conscientes de que en uno no se respira y en el otro no hay nada que respirar.
En el barrio hay muchos comercios, todos con su San Pancracio, incluso los establecimientos que alquilan el local por cese de actividad y ya no hay nada en ellos, sólo un cartel de la inmobiliaria y el santo que trae suerte, trabajo y perejil aunque, últimamente se haya hecho el remolón.
En el barrio hay varios supermercados, muchos talleres de automóviles y más coches abandonados que alcorques.
En el barrio crece el romero como el humo de los pitillos aunque no haya cajetillas suficientes para olvidar la ansiedad de no tener trabajo.
En el barrio se desayuna por turnos y en el primero se concentra la cerveza con las copas de aguardiente.
En el barrio la comida es abundante y barata. A veces, hasta te ponen gambas para que no te olvides de que otro lujo es posible.
En el barrio si eres del Atleti que dios te bendiga y si no que dios te perdone.
En el barrio, señora, ha llegado el tapicero.

martes, 7 de febrero de 2012

MENOS MAL QUE NOS QUEDA PORTUGAL

Qué bonita es Lisboa. No te olvides de resaltarlo en una conversación de terraza. Habla de su mar abierto al viajero, de sus cuestas interminables que siempre son para arriba, de sus fados melancólicos y lacónicos, de su tranvía al pasado, de sus pasteles de nata de nube de cielo…

No te olvides de decir lo mucho que te gustaría vivir allí, que serías capaz de pasar un largo tiempo paseando por sus calles de bacalao y adoquín, durmiendo en una buhardilla de Santa Justa, explorando tu mente con un cuaderno como los exploradores que descubrieron medio mundo…

No te olvides de sus horarios europeos y su cosmopolitismo, su aspecto todavía de metrópoli de Alfama con ciudadanos negros que recuerdan a los esclavos aunque eso ya hace mucho que pasó…

No te olvides de dejar bien claro que eres artista y profesas la religión de Lisboa aunque lleves toda la vida mirando hacia Portugal por encima del hombro y no sepas idiomas como ellos y te dé exactamente igual que el país esté en manos de tecnócratas porque, al fin y el cabo, sólo vas a Lisboa de vacaciones y, aunque lo hayas dicho muchas veces, nunca aceptarías el sueldo de un lisboeta.

jueves, 2 de febrero de 2012

AUTOLAVADO

De pequeño limpiaba el coche de mi padre. Primero por dentro y luego por fuera. Sacudía las alfombrillas, vaciaba los ceniceros, recogía paquetes de cigarrillos vacíos y guardaba los papeles sueltos en la guantera. Debajo del asiento del piloto siempre encontraba calderillas, monedas sueltas. La mayoría de veinte duros, porque eran las más pesadas, aunque también de cincuenta pesetas y de quinientas. Alguna vez aparecía alguna de doscientas, que era mis preferidas y aquello era una fiesta. Se le caían de los bolsillos a mi padre, que nunca vestía vaqueros y yo las guardaba. Al acabar la tarea, se las devolvía y él siempre se limitaba a decir “toma, pa’ ti”. Pasado el tiempo las guardaba directamente en el bolsillo. Era un acuerdo tácito entre mi padre y yo. De aquellas monedas vinieron mis primeros sueldos.

Hoy día aún limpio el coche de mi padre. Primero por dentro y luego por fuera. Lo hago con menos frecuencia y ya nunca en la terraza de casa. Ahora acudo a la gasolinera, que cuenta con la ventaja del lavado a presión y donde no es necesario bajar la aspiradora de casa. Las pesetas se han convertido en euros y, quizás por el cambio de moneda, ya no hay tantas bajo el asiento ni en las dobleces de la tapicería. Aún así las recojo pero no me las quedo. Me limito a usarlas en la máquina lavacoches.

Pienso en el servicio de limpieza del Congreso de los Diputados y me pregunto si encontrarán calderillas entre las butacas de sus señorías. La verdad, lo dudo. Los políticos no usan cash y, para activar los flamantes i-pads que estrenaron en esta legislatura, no hace falta meter monedas como en el lavado automático o como en los televisores de los hospitales. Hace mucho que no le lavo el coche a mi padre, tendré que hacerlo pronto.

miércoles, 1 de febrero de 2012

TIRA DE LA CADENA

Ve al colegio para recibir la escolarización obligatoria. Recibe clases particulares. Haz deporte para desarrollar tu psicomotricidad. Acude a campamentos de verano para enriquecerte como persona. Aprende a ganar y también a perder. Aprende a ser solidario. Elige entre formación profesional o bachiller pero no te equivoques. Elige entre ciencias o letras pero no te equivoques. Ve a la universidad, mejor si cambias de residencia. Colabora con grupos sociales. Vota. Elige bien la libre configuración. Acógete a una beca Erasmus. Realiza prácticas gratuitas en empresas del sector. Licénciate para ser poseedor de un título. Mantente ligado a la universidad para poder seguir disfrutando de prácticas sin remunerar. Realiza prácticas remuneradas con fondos europeos y autonómicos. Intégrate en el mercado laboral. Sé flexible, contrato por obra y servicio. Sé polivalente y dinámico, acepta trabajar sin contrato. Cuida tu formación continua. Sigue acudiendo a cursos de formación ocupacional. Cuida tu imagen, la imagen es lo primero. Cuida tus contactos, los contactos son lo primero. Consume. Da gracias por tu pasaporte europeo. Ha llegado a su destino. ¿Y ahora qué?

sábado, 28 de enero de 2012

NOS GUSTA CÓMO TE MUEVES

El torno giró y JKL recogió el billete que serviría a modo de justificante. Se dirigió a la escalera mecánica y se dejó llevar. Estaba cansado. Su día, repleto de recados y de idas y venidas, le estaba pasando factura con IVA incluido. Pensó en lo que le faltaba por hacer y en que quizás pudiese llegar a casa antes de las nueve, retirar del congelador algún precocinado y adormilarse en el sofá después de medio litro de cerveza.


Aprovechó el lateral de la escalera para limpiarse los zapatos mientras el mecanismo lo hacía descender. La hora punta se disipaba y nadie le adelantó con prisa por la izquierda. La máquina de Thyssen Krupp le depositó en el andén y JKL decidió buscar asiento libre a la espera del metro. Levantó la cabeza y vio un tumulto frente a un tren parado. Había jaleo y unas veinte personas no quitaban la vista de los raíles. JKL se acercó curioso y, al ver hacia el lugar donde todos miraban, descubrió los ojos hinchados de una mujer que yacía muerta, partida en dos por las toneladas del tren. Su ropa estaba manchada de sangre y un reguero de líquido amenazaba con provocar un cortocircuito. JKL no recordó los interfonos que adornaban las paredes de los andenes y que había mirado millones de veces mientras esperaba. Desanduvo el camino, está vez a galope, pensando en encontrar algún trabajador a quien dar la alarma y en que quizás no llegaría a las nueve para poner el microondas en marcha y cenar su precocinado. Con sudores y una palidez desconocida consiguió avisar a un revisor y, consciente de que nada podía hacer, se escapó hacia la calle. Los altavoces anunciaban el cierre de la estación y pedían a los usuarios que desalojasen los andenes.


JKL paró un taxi. El conductor le preguntó la dirección de destino. El coche arrancó y con las ventanillas bajadas, inundándose de la contaminación disfrazada de brisa, JKL contó lo sucedido. El taxista no se sorprendió y soltó una sonrisa cínica, “eso pasa a diario aunque nunca sale en los periódicos. Es para no dar ideas, ¿sabe usted?”. JKL asintió y volvió a pensar en su cena. Ya no tenía apetito pero esta noche se iba a tomar varias cervezas.