sábado, 18 de diciembre de 2010

TRAPALLADAS


Nos han pedido que trabajemos el doble para poder despedirnos antes.
El ser humano ha evolucionado, de las hojas de higuera a las toallitas de bebé.
Últimamente hay gente que no sonríe, amenaza.
Me gustan los viejos, los muertos y los animales, por ese orden.
El camino más corto entre Fraga Iribarne y Chiquito de la Calzada es Conrad Adenauer.
Si no tuviese barriga no me hubiese manchado la camiseta con pasta de dientes.
Ella me odia lo justo, sobre todo, cuando pronuncio la palabra colchoncito.
“Las gradas de Roland Garros deben de oler a perfume caro y a crema solar”.
La a y la n son las primeras teclas en desaparecer de mi teclado.
Cuando tengo los cordones desatados ¿mis pies se quieren ir de marcha?
Jaime Lissavetski tiene el mejor trabajo del mundo.
Los guionistas somos como los cítricos, nos usan nos exprimen y nos desechan.
De una moqueta, siempre hay que desconfiar.
El zumo de las neveras de los yankees, ¿nunca caduca?
En el mar, todo lo que pesa se hunde.
Hay dos tipos de empleados, los que trabajan y los que dicen que trabajan.
¿Dónde están los billetes de quinientos euros?
Un niño que aprende a leer las agujas del reloj ya está perdiendo el tiempo.
Las aceitunas tienen calorías no es un comentario de bar.
Mis palabras no dicen nada, ¿es un oxímoron?
Soy vecino de Kim Kardashian, si no me crees haz clic arriba, donde pone siguiente blog.

lunes, 22 de noviembre de 2010

UN POCO DE ORDEN


Es de esas cosas que uno no acaba de entender. No soy yo una persona de jerarquías pero sí creo en ordenar procesos para optimizar resultados. Que cada uno ocupe su parcela y el trabajo de todos se complemente con el de los demás. Si algo no se define correctamente, comienzan los encontronazos, las carencias y los errores. Mañana toca uno de esos días raros donde poco vale lo que hay en el papel, el lugar más sagrado que conozco. Las horas gastadas en planificar se pueden ir al garete por la improvisación de otros y por no definir bien cada una de las obligaciones que competen a cada cual. Apesta a día duro. Confío en que no huela a fallo.

sábado, 23 de octubre de 2010

LUJO


Accedo al inmueble por la puerta principal, una recargada recreación del lujo en cuatro paredes. La señora que me precede, la dueña del lugar, camina entre la pomposidad y la dejadez de quien se sabe importante y admirada. Me conduce hacia el cuarto de invitados y me muestra la alcoba. Es un lugar ordenado con una decoración milimetrada. Apenas puedo preguntar nada cuando ella me muestra con orgullo el cuadro que preside la habitación. Es un mosaico de fotografías de carné que, visto desde lejos, forman la bandera estadounidense con las cacareadas barras y estrellas. Ella me pregunta si sé quiénes son los retratados. Yo me encojo de hombros e intento acertar diciendo que son los presidentes de Estados Unidos. Ella sonríe pícara y contesta morbosa. Son los muertos del 11S.

lunes, 16 de agosto de 2010

CHAMUSQUINA


Suerte, trabajo, Santa Nómina, fin de mes, colchoncito, vacaciones pagadas, depósito lleno, suerte, trabajas, con nómina a fin de mes para tu colchoncito y unas vacaciones pagadas con el depósito del coche lleno, a fin de mes. Suerte. ¿Qué más se puede pedir a fin de mes? Suerte. Chamusquina, a mediados de mes.

2.0


Bajas al chino, que te vende un litro de whisky fuera de horario, sin rechistar. Regresas y te sientas en tu silla de Ikea, sobre tu pareo del todo a cien, desnudo, soportando el calor frente a tu ordenador Sony. Enciendes el portátil y te metes en Youtube. Tecleas cuatro letras y ya sale el título de tu canción preferida. Te pones los cascos que te aíslan de todo (hasta de tus gritos desentonados que tanto molestan al vecino). Escancias dos dedos de líquido sobre tres hielos en forma de puzzle. Das las gracias por la globalización y te sientes más afortunado que el más satisfecho de los usuarios del Jess Extender. Has vuelto (aunque no sabes de dónde).

martes, 8 de junio de 2010

CARNE CRUDA


Su tarjeta de fidelización de cliente estaba repleta de puntos. En los últimos meses había realizado más compras que nunca. El traslado en el trabajo provocó una mudanza hacia el más absurdo de los destinos, en una ciudad anodina y con un cargo sin clientes. La desazón se convirtió en tortura, la televisión en abismo y la masturbación en inevitable. La compañía telefónica le prometió una conexión a Internet de banda ancha en menos de quince días. El calendario avanzaba pero nunca se presentó el operario a ejecutar la instalación.

La urbanización era nueva, de construcción en ladrillo, con un solo bar pero con seis cajeros automáticos. Muy cerca se erigía un centro comercial como infame catedral del consumo. No se podía hacer otra cosa allí, sólo quemar dinero. Sus gastos comenzaron siendo tibios pero, ante el aburrimiento eterno de un lugar sin historia y sin futuro, tirar de tarjeta funcionaba como único entretenimiento. Cada compra, tantos puntos y así todos los días tras salir del trabajo.

Un buen día llegó una carta al domicilio. Fue una de las primeras y escondía un afectuoso saludo del director de la sucursal con un catálogo de regalos para clientes tan importantes como él. Aspiradora, exprimidor, nevera portátil, todos los productos eran anodinos a excepción de uno. Una máquina tituladora. Ésa fue la elección.

Su vida cambió de repente y el aburrimiento se transformó gracias a la furia tituladora. Todos los días ansiaba el fin de la jornada para llegar al apartamento. El proceso resultaba sencillo. Tecleaba un nombre en la máquina y los datos se indexaban en la pantalla digital. Apretaba el botón de enter y un texto en negrita era escupido por la tituladora en forma de pegatina. Los cubiertos, los muebles, las ventanas, los cojines, los cuadros. Toda la vivienda presumía de etiqueta. Y así nuestro personaje mataba su tiempo de asueto, bautizando cada objeto con su nombre preferido, inundando de papeles sus posesiones por traslado.

sábado, 5 de junio de 2010

A VER QUÉ PASA


Hay un amigo, con el que tengo una paciencia infinita, que sostiene que ZZ Top son judíos y que la pizza nació en Brooklyn. La primera vez que me lo hizo saber, mostré cara de extrañeza e intenté rebatirle. Con él es inútil, es capaz de defender el argumento más peregrino con razones absurdas con tal de no dar el brazo a torcer (y tiene un brazo como una pierna). Con el tiempo he aprendido que no merece la pena discutir con él e intento cambiar de tema aunque, a veces, me cueste.

¿Por qué somos tan tercos? ¿Por qué siempre queremos llevar la razón? ¿Por qué una señora de sesenta y cuatro años y la vida resuelta se siente indignada cuando no la dejan hablar? Nos cuesta escuchar a alguien que no sea uno mismo. Nos encanta oírnos porque nos sentimos más importantes y, a día de hoy, es tan difícil sentirse importante. Al menos aquí nadie me interrumpe cuando hablo, sólo la batería del ordenador cuando se agota (de escucharme, supongo).