Nadie puede dudar, a día de hoy,
que Sara Carbonero es una de las periodistas más afamadas de España. Poca gente
se ha quedado sin ver el beso que Casillas le dio a Sara tras la final del
Mundial. ¿Por qué no decirlo? Todos los que contemplamos ese momento sonreímos,
seguramente azuzados por el estado de embriaguez que se nos vino encima cuando
Iniesta de mi vida perforó la meta holandesa.
Hoy Sara ha dicho en un programa
de la mejicana Televisa que no todos los futbolistas del Madrid comulgan con su
entrenador. Lo ha dicho en una de esas colaboraciones internacionales en las
que tanto se prodiga. Yo no dudo de la capacidad de esta chica como periodista,
y no lo dudo porque no la conozca, a la chica, me refiero. El caso es que todo
esto me hace reflexionar sobre la ética de la profesión y sobre las barreras
que quizás no se debían franquear.
Sara Carbonero se ha convertido
en un personaje más. Ha pasado a ser noticia en sí misma, en lugar de ser la
profesional que acerca la actualidad al ciudadano. Y no de cualquier manera
sino manteniendo una relación con el personaje público con más impactos en la
prensa deportiva. Iker Casillas es el capitán de la selección y del Real
Madrid. Quizás cuando comenzaron su romance, por una cuestión de ética, Sara
debería alejarse de la prensa deportiva y dedicarse a otra rama de la
profesión. Por supuesto que no está obligada, es sólo una opinión. Pero imagínense
por un momento que yo, que tampoco tengo la carrera de periodismo, presentase
los informativos de La 1 y me follase a Rajoy. ¿Sería ético?
¿Y, por esa misma regla de tres, por qué no deja Iker de jugar al fútbol?
ResponderEliminarQuerido o querida Anónimo. Iker llegó primero. Iker no fue a la Universidad. Iker nunca estudió Deontología de la Comunicación. Iker nunca saldrá en un medio sobre un rótulo que ponga "el novio de Sara Carbonero". Y de verdad, de todo esto lo de menos importante es que sean Sara e Iker.
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