jueves, 21 de junio de 2012

CHINCHIMONI


Mi abuelo me enseñó a jugar al chinchimoni con la sonrisa pícara de siempre. Me ganaba a cada jugada y, entre victorias pírricas, me mostraba cómo era el juego. En sus manos llenas de mar escondía las monedas y se llevaba el puño a la espalda. “¿Cantas levo?”, me preguntaba.

A veces, era yo quien acertaba. Entonces, él me acariciaba el pelo mientras se apresuraba a retarme de nuevo para llevarse la última baza. Por mucho que fuese su nieto, a él siempre le ha gustado ganar y yo seguía jugando incansable disfrutando de lo que durase su paciencia.

Mi abuelo sabe de derrotas como todos los que han vivido y han luchado. Últimamente se le están yendo las fuerzas y no tiene ganas de juegos. Sólo quiere cerrar los ojos, un buen rato, como todos los que ya han vivido.

3 comentarios:

  1. He venido siguiendo el rastro de Blanco, que se hace el remolón.
    Nunca había oído llamar al juego de los chinos el chichimondi.
    Un gran tipo el abuelo y una bonita y sencilla historia, entrañable.
    Saludos

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  2. http://calla-para-siempre.blogspot.com.es/

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