sábado, 17 de septiembre de 2011

COTO DE CAZA


No es alentador. Le doy vueltas a la cabeza y no consigo entender. Cuatro jóvenes, cuatro adolescentes. Cargados de futuro, con ganas de divertirse y con muy mala leche. Van al lugar donde se concentra la prostitución de la ciudad. Un lugar arbolado, un parque de día y un estercolero de noche. Los cuatro jóvenes casi adolescentes llevan consigo la compañía amenazante de dos perros. Ambos azuzados por sus respectivos dueños, tirando de las correas, respirando con agitación y tensando los músculos de su potente pecho y sus poderosas mandíbulas. El lugar está oscuro y la policía local no patrulla por allí. Es domingo y las putas no pagan IRPF. Ahí están las víctimas, desnudas de ropa y con su cuerpo al aire pese a la humedad de la noche. Cada vez que pasa un cliente las víctimas se iluminan, como un actor en el teatro, como un cantante en un concierto. Los faros de los coches descubren sus cuerpos, sus poses y sus miserias. También su ubicación. Y hacía allí se dirigen las seis figuras animales sedientas de crueldad. No sé qué pasó, no me quedé a contemplar el espectáculo. No llamé a nadie ni pedí ayuda. Sólo dejé hacer al destino y seguí con mi vida, cobarde como todos, pensando en el alcalde de esta ciudad.

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