sábado, 17 de septiembre de 2011

AL SOL QUE MÁS CALIENTA


Una chica vende pulseras por la calle. Sospecho que las ha hecho ella misma, o algún conocido con el que haya montado una pequeña empresa que ni tributa ni declara. Las pulseras permanecen enrolladas a un canuto enorme que antaño resguardaba un mapamundi de Peters en su interior. La chica se cruza con un aprendiz de guitarrista con pinta de nórdico. Le ofrece alguno de sus productos y el músico pica. Justo donde se detienen, yace al sol un mendigo resguardado del frío suelo por unos cartones. Ausente, presencia el regateo entre ambos. La escena despierta la atención de una pareja de mujeres de sesenta años que, por supuesto, no son pareja. Ambas miran a un lado y contemplan la siesta del indigente. Ambas miran al otro lado y contemplan al músico extranjero regateando con la vendedora ambulante. Y el mendigo se levanta para mover los cartones de sitio porque ya no le daba el sol. Calentito es más fácil continuar la siesta.

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