jueves, 2 de febrero de 2012

AUTOLAVADO

De pequeño limpiaba el coche de mi padre. Primero por dentro y luego por fuera. Sacudía las alfombrillas, vaciaba los ceniceros, recogía paquetes de cigarrillos vacíos y guardaba los papeles sueltos en la guantera. Debajo del asiento del piloto siempre encontraba calderillas, monedas sueltas. La mayoría de veinte duros, porque eran las más pesadas, aunque también de cincuenta pesetas y de quinientas. Alguna vez aparecía alguna de doscientas, que era mis preferidas y aquello era una fiesta. Se le caían de los bolsillos a mi padre, que nunca vestía vaqueros y yo las guardaba. Al acabar la tarea, se las devolvía y él siempre se limitaba a decir “toma, pa’ ti”. Pasado el tiempo las guardaba directamente en el bolsillo. Era un acuerdo tácito entre mi padre y yo. De aquellas monedas vinieron mis primeros sueldos.

Hoy día aún limpio el coche de mi padre. Primero por dentro y luego por fuera. Lo hago con menos frecuencia y ya nunca en la terraza de casa. Ahora acudo a la gasolinera, que cuenta con la ventaja del lavado a presión y donde no es necesario bajar la aspiradora de casa. Las pesetas se han convertido en euros y, quizás por el cambio de moneda, ya no hay tantas bajo el asiento ni en las dobleces de la tapicería. Aún así las recojo pero no me las quedo. Me limito a usarlas en la máquina lavacoches.

Pienso en el servicio de limpieza del Congreso de los Diputados y me pregunto si encontrarán calderillas entre las butacas de sus señorías. La verdad, lo dudo. Los políticos no usan cash y, para activar los flamantes i-pads que estrenaron en esta legislatura, no hace falta meter monedas como en el lavado automático o como en los televisores de los hospitales. Hace mucho que no le lavo el coche a mi padre, tendré que hacerlo pronto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario