En el centro de salud todos esperan a que algo ocurra para
romper la monotonía. El dispensador de números no cesa de soltar papelitos al
tiempo que el neón canta, lacónicamente, los turnos de paso a la cabina. Una
pareja de ancianos, más él que ella, como casi siempre, se dejan caer sobre los
asientos de plástico. Él oculta sus ojos maltrechos bajo unas eternas gafas de
sol y ella muestra su conjuntivitis subrayando cada ojo con una lágrima que
enjuga en el pañuelo. El marido se hace con su bastón y el de su señora para
custodiarlos y que no se olviden en el manglar de muletas, apoyos y cayados que
pueblan la estancia. Ella saca de su bolsa infantil, sin duda regalo de alguna
nieta de fin de semana, un periódico y una publicidad navideña del McDonald’s.
Lo abre con mimo y lo ausculta con calma. “Debe de ser un regalo del gobierno”,
le explica a su pareja. “Como el periódico éste que lo da el gobierno, por eso
es gratuito”. Escucho la sentencia, me sonrío y vuelvo la vista hacia el neón.
Aún me faltan varios números.
lunes, 2 de diciembre de 2013
sábado, 16 de noviembre de 2013
EL PRESTIGE, EL TITANIC Y LA JUSTICIA.
Ha finalizado el juicio por el hundimiento del Prestige y no se ha condenado a nadie, no ha habido culpables. Yo no entiendo de leyes pero sí tengo algo de sentido común como cualquier común de los mortales con cierto espíritu crítico. Si el aparato judicial declara que no hay ningún culpable, yo no encuentro más culpable que el aparato judicial. Si una actividad provoca tal tragedia, tal cataclismo, tal luto, ha de ser reprobada y castigada. Una decepción más en una cadena de decepciones. Once años después, la ley y la justicia le toman el pelo al pueblo, a la gente. Y Telecinco, quizás sin quererlo, nos ilustra por la noche con un blockbuster del hundimiento programando. Titanic el día de la sentencia. Qué ganas tengo de que Holllywood haga algo con la trama del caos ecológico más grande que hemos presenciado, más que nada para que por fin se pueda ver quiénes son los buenos y quiénes son los malos, aunque sólo sea en ficción.
martes, 29 de enero de 2013
DEONTOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN
Nadie puede dudar, a día de hoy,
que Sara Carbonero es una de las periodistas más afamadas de España. Poca gente
se ha quedado sin ver el beso que Casillas le dio a Sara tras la final del
Mundial. ¿Por qué no decirlo? Todos los que contemplamos ese momento sonreímos,
seguramente azuzados por el estado de embriaguez que se nos vino encima cuando
Iniesta de mi vida perforó la meta holandesa.
Hoy Sara ha dicho en un programa
de la mejicana Televisa que no todos los futbolistas del Madrid comulgan con su
entrenador. Lo ha dicho en una de esas colaboraciones internacionales en las
que tanto se prodiga. Yo no dudo de la capacidad de esta chica como periodista,
y no lo dudo porque no la conozca, a la chica, me refiero. El caso es que todo
esto me hace reflexionar sobre la ética de la profesión y sobre las barreras
que quizás no se debían franquear.
Sara Carbonero se ha convertido
en un personaje más. Ha pasado a ser noticia en sí misma, en lugar de ser la
profesional que acerca la actualidad al ciudadano. Y no de cualquier manera
sino manteniendo una relación con el personaje público con más impactos en la
prensa deportiva. Iker Casillas es el capitán de la selección y del Real
Madrid. Quizás cuando comenzaron su romance, por una cuestión de ética, Sara
debería alejarse de la prensa deportiva y dedicarse a otra rama de la
profesión. Por supuesto que no está obligada, es sólo una opinión. Pero imagínense
por un momento que yo, que tampoco tengo la carrera de periodismo, presentase
los informativos de La 1 y me follase a Rajoy. ¿Sería ético?
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