Hay rocas lisas, esculpidas por el mar, en las que poner el
pie es una caricia de salitre y firmeza.
Otras, en cambio, están plagadas de pequeños moluscos que raspan la piel como
la piedra pómez. Pero las más peligrosas de todas son las que viven cubiertas
de algas verdes y resbaladizas. Pisar una de ellas es un billete seguro al
suelo.
Crecer sobre estas rocas es una fortuna. Deslizarse a cada
rato como un saltimbanqui, sólo con un traje de baño por ropa y con la piel
salada y tersa por el mar, la arena, el sol y la brisa. Las tardes se alargan
eternas hasta la noche y los escarpones, pescados con la mano y un berberecho
abierto, reposan en un cubo de juguete. Ansiosos por la llegada de la noche
cuando serán liberados.